Cucarachas por Diana Belaustegui

25.05.2019
Ilustración: Rob Monst
Ilustración: Rob Monst


No piensa, le cuesta sentarse y tramar historias.

Las hace sólo por el like, sin un comentario o un emoticón que acreciente su ego ella pierde interés.

Deja a sus personajes perdidos en el limbo de un cajón lleno de cucarachas.

Pero ellos no se dan por vencido, se alimentan de los insectos para no morir. Ser olvidados implica que la escritora deje de darles de comer, de asearlos, que no los saque a pasear y pierdan masa muscular.

Algunos, los que se rehúsan al nuevo tipo de alimentación, terminan convirtiéndose en un caldo amarillo, muy parecido al vómito, pero es sólo una sopa de agonía, un cuerpo imaginario en pleno proceso de descomposición.

Los personajes que se ven obligados a comer las cucarachas para sobrevivir mutan en híbridos, algunos se corporizan: a su condición de semihumano se le suma el ADN del insecto y comienzan a experimentar con sus brazos espinosos, comen la basura que tapa los intersticios del cajón y en algún momento logran salir.

Los personajes de la escritora, mitad cucaracha, mitad humano protagonista, nunca fueron amables ni adaptados socialmente por eso no les importa correr por la casa desnudos y abrir las alas para intentar un vuelo rasante.

Aun con brazos llenos de espinas y ojos compuestos que les permiten detectar movimientos rápidos, ellos saben que sin una historia creada por la escritora amante de los likes, será en vano haber sobrevivido con las patas de las cucarachas metiéndose en las muelas, entonces la buscan por la casa. Habitación por habitación, mosaico por mosaico. Abren las alas y producen un ruido que aterrorizaría a cualquier mortal normal, pero la escritora no aparece, no sale corriendo de su escondite chillando mientras se cubre la cabeza para que el humano-personaje-cucaracha no se le enrede en el cabello.

¿Será que la escritora ha muerto y resucitado en algún video compartido en una red social?

Red social!

La capacidad intelectual que supieron tener en sus cuentos se activa y justo cuando estaban por arrancarse la cabeza por la desesperación, comprenden que deben buscar una pc.

Hay un cuarto cerrado y un haz de luz se cuela por el resquicio.

Ella debe estar ahí, con las teclas adheridas a las yemas de los dedos y un cable USB palpitándole en el cuello. Seguro que la escritora vaga, maldita, madre despiadada, puta barata que se vende por face aún tiene alguna historia entre los sesos y no la puede poner en el papel porque sus dispositivos de entrada y salida están bloqueados por algún virus.

No es necesario abrir la puerta. Se cuelan por todos los resquicios.

La habitación está oscura iluminada por la luz del monitor pero ella no está sentada frente a él.

Los personajes/cucarachas enloquecen; pronto no habrá nada más que comer y dejarán de ser protagonistas para ser pequeños insectos tentadoramente aplastables, para el colmo crujientes.

Elevan las antenas en señal de desesperación y con sus ojos compuestos logran percibir un movimiento en la ventana.

La escritora amante de los likes, antisocial, vaga, ermitaña... también ha mutado.

Ya no puede agarrar la lapicera, sus patas de garras retráctiles no sirven para eso y ha enloquecido sin poder eliminar de su sistema algunos personajes tóxicos que terminaron por consumirle la poca capacidad de socializar que tenía.

La escritora mutante, encerrada en su pieza, con el face lleno de notificaciones sin abrir está con hambre y maúlla antes de saltarles encima.

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