La costilla de Paula

01.11.2019

un relato de Belén D`Alvia

Hoy tenía tanta hambre que me comí el dedo.

No le pude mandar un whatsapp a mi vecina Paula porque fue el derecho. Y me ardía. Así que me quedé en cama mirando la tele, programas de cocina, y quería esa cebolla en brunoise y el pimiento en juliana y el apio en noséquécorte con noséquécuchillo. Todo lindo. Pero a mí el hambre no se me pasaba.

Me levanté rumbo a la heladera. Había un poco de comida del día anterior y un vaso medio lleno, medio vacío, con yogurt en mal estado. Lo comí todo y me fui a vomitar. Los hilitos de sangre me dijeron "pará". Entonces lo pensé, lo imaginé, sentí la voz cuando el ritual había terminado y ya fumaba un cigarrillo en el balcón. Afuera todo seguía su curso, ajeno. La gente pasaba con sus maletines, los vestidos cortos y las sandalias gladiadoras que anunciaban el verano inminente. Me aburrieron al toque. Entré y me purgué una vez más. Tomaba litros de agua y devolvía sangre y vísceras. Era un animal con furia y el estómago hinchado. En un momento alcé la vista y me miré al espejito del botiquín: los párpados también hinchados y los ojos llorosos. Pero yo seguía teniendo hambre.

"La puta madre".

Agarré un paquete de galletas y antes de devorarme una, me miré el brazo que lo sostenía. Mi brazo. Era blanco mate, como una de esas hojas famosas, con los dedos demasiado largos como si la bulimia me los hubiera hecho crecer a modo de castigo.

Mis vellos, en cambio, eran rubios, estéticos, y a mí me gustaron tanto que les di un mordisco. Quedaron las marcas irregulares de mis dientes, pero nada más. Así que mordí con más fuerza sintiendo en la boca cómo se desprendía un pedazo de mi rubio bello brazo. Fui como pude hasta el salón y marqué el 911. Todavía no sé por qué. Pero la voz me habló de vuelta y colgué. Me desparramé desnuda de a poco en el sofá hasta quedar toda blanca. Me miré los pechos con una mezcla de cariño y hambre y me arranqué también la piel de las clavículas hasta gritar.

Paula entró alertada al departamento. Era una chica escuálida, depresiva y que no hablaba mucho. 

Me preguntó, estúpida como siempre: --¿Qué haces?

--Tengo hambre --contesté.

--¿Hambre? Pero si vos nunca comes.

--Error, Paula. Rajá de acá.

--Pero hoy tengo hambre --repetí lento-- y ya comí. Y ya vomité. Y ya todo. Ayudame, Pau, por favor.

Le sentí la confusión en los ojos y vi cómo buscaba por todos lados la complicidad de alguien con quien poder desligarse de mi cuerpo. Pero yo estaba sola. Porque vivía sola. Porque era sola.

--Vení --le dije--. Dale, Paula, vení un segundo.


Ella dudó de nuevo. Tenía los ojos desorbitados pero se acercó dando pasos cortos. Una eternidad mientras yo yacía desnuda en el sofá como un retrato de Jack Dawson. Se sentó. Quise ser suave, porque Paula era suave, pero no pude. Fue un click. Me incorporé y su top quedó hecho jirones. Las piernitas le temblaron.

--Te va a gustar --le dije. Y empecé.

Los hombros fueron dulces, pero de un dulzor artificial, como de edulcorante. Paula tenía los hombros de edulcorante; unos que se deshicieron como en tantos besos que le dieron sus amantes. Tenía el torso costilludo y le conté los huecos con la lengua para que se retorciera y no notara los recuerdos que me llevaba.

--Pará --me dijo--. Quiero que me beses. Nunca besé a una...

Y me abalancé. Le agarré el poco pelo que tenía y me lo tragué. Ella se retorció de nuevo y el cuero de la cabeza le empezó a sangrar.

--Pará --repitió--. Me duele.

Pero ya no. Ya no podía parar. No había comido verdaderamente en semanas y Paula se me antojó deliciosa. Me la devoré como a esa torta de la película de Matilda. Piel, huesos, vísceras, entraban y salían para alojar cada vez aún más y más.

Pasó media hora y sonó mi teléfono. Un whatsapp de su novio. Entonces le dije: --Bueno, está bien, como quieras. Paramos.

La miré deshecha en el sofá que ahora era carmesí; un brazo moreno y los labios morados. Era una negra preciosa. Le di un beso al lado del almohadón donde yacían los restos de su cabeza. Estiró la boca en dirección a la mía pero le dije, esta vez yo, y con esfuerzo: --Para, Pau, Pará. Que es la última parte que queda de vos.


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